Imágenes que corren por mi mente. Precipios. Niños jugando a cogerse. Una niña que persigue a un niño, su vestido rosa vuela en el viento. Una imagen irrumpe esa ensoñación. La sonrisa. La niña ha vuelto a correr, su vestido rosa sigue en el viento, el niño chilla un "¡aah!" que se funde con el cielo. Las risas llegan a la ventana de la vecina que observa a su marido viendo la tele. Y sueña ella con ser la niña, corre por sus pensamientos, a traviesa edades, posturas, miradas, caricias, lagrimas y gotas de felicidad. Su marido cambia la tele. Ella mira sus zapatos, lleva tacones, esta demasiado lejos del suelo.
Toco el suelo, un suéter blanco sacude sus brazos. Dos miradas se unen en una cómplice amistad que esconde un amor prohibido. La canción comienza de nuevo. Los cómplices ríen, parece que pudieran escuchar mis pensamientos. Una, dos, tres, cuatro... no se tantos números como para contar las caras que se fruncen concentradas ante la pantalla de sus ordenadores. El mismo suéter blanco vuelve a sacudir sus brazos, esta vez con la alegría de un logro alcanzado. Unas piernas teñidas de negro sacuden su nerviosismo. Una figura blanca que esta de pie sonríe al aprendizaje de unos rizos naranjas. De pronto la música baja, y alcanzo a oir sus voces, pero no entiendo que dicen. Y sube de nuevo cegando mis oídos en el maravilloso placer de esta melodía que me transporta a unos días felices.
"Abre esas cortinas, un día como ese, me hará feliz." Repite una y otra vez en otra lengua, hasta... hasta que me doy cuenta de que a veces los tacones me separan demasiado del suelo. Descalzo con lentitud mis pies, y lentamente toco el suelo...Su frialdad me recuerda que estoy intensamente viva. La canción acaba. Las voces vuelven, la realidad me atrapa. Paro el juego entre los dedos y las teclas.
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